jueves, 9 de junio de 2016

La Niña y la Fiera

«Te contaré una historia.

Un día largo, de pesado trabajo, un extraño ser me buscó. Insistió en que lo esperara, insistió en que sería bueno para mí. Deambulamos por la noche hasta encontrarnos. El destino conspiró para que así fuera.

Luego lo seguí.

Y encontré que este ser es una fiera. No hay que confundir 'Fiera' con un monstruo horrible, ni con una bestia furiosa: era una Fiera, una criatura salvaje. No estoy segura de saber si es un lobo o un lince, pero es feroz.

Una fiera, decía, que me llevó a su guarida, una cueva oscura, al final de un laberinto en ruinas. Su cueva es cálida y oscura; escondida: en ella sólo se ve la luna.

Y ahí, en la penumbra, descubrí que esta fiera está herida. No son las cicatrices de la batalla las que la han hecho huir. Es una herida más profunda, menos visible, no está en la piel. Es algo profundo que le duele en el pecho y hace que su mirada esté perdida a lo lejos. 

He acariciado a esta fiera salvaje bajo la pálida luz de su luna. Y bajo mis manos se ha transformado en un cachorro dócil y dulce, que lame suavemente mis dedos y ronronea como un gatito. En retorno, me ha dado de beber su saliva y ha querido que brille para él. Pero yo no he podido: yo también llevo una herida que me recorre por dentro y sólo he logrado llorar.

Yo también he querido una respuesta que no llega, he esperado noches y noches que alguien entienda el jeroglífico de mi existencia, he huido del mundo para que el dolor no me traspase. 

Yo también he sido devorada por monstruos, he sido traicionada por bestias y me he visto en la necesidad de sentarme frente a una mesa a negociar con mis demonios.

Yo también he vivido mil batallas a solas, y he morado el desierto de no encontrar a mi manada por vidas y vidas.

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Después de esa noche, salí de la cueva y no he podido volver. Su dueño no ha vuelto a buscarme, he perdido el recuerdo del camino, y yo ando lejos, muy lejos, en mis propios senderos y trabajos.

Yo deseo volver a esa cueva al final del laberinto, deseo volver a beber de los labios de esta fiera y dejarme dormir bajo esa penumbra... porque reconozco en esa voz el canto de los míos y el sueño de encontrar un lugar donde uno pertenezca.  

Deseo que la saliva de la fiera ayude a curar mis heridas y que mis manos sean un bálsamo para sus dolores. Sólo pido una señal de bienvenida, una confirmación de que no recorreré de nuevo pasillos fríos hacia otro abismo, una llamada que abra el camino del regreso.»

La abuela miró a la niña, sonrió misteriosamente y le dijo:  «Tranquila, mi niña, no estés triste. Los cuentos son sólo cuentos y esta vez has llegado sana y salva a mi casa. Quítate esa caperuza roja, llora frente al fuego mientras comes los pastelitos que me has traído. Yo peinaré tu pelo y mientras tanto te contaré más cuentos para que comprendas este otro final ».